(Foto del entrevistado a cargo de su hija, Lic. Lizet Rodríguez Hernández.
"...En esas calles de tierra, que correteé de lo lindo con mi corcel de palo de escoba, conocí el aleteo del corazón… ya no era la ciudad, era la isla con sus valles y montañas, sus ríos y el mar Caribe… Nicolás Guillén, La Bodeguita, Varadero, mis hijos y la conciencia de que la Patria es todo eso y también la familia…"
Un fuerte olor a café
invade la habitación. A veces, se congela entre las olas del mar y escribe…
una… dos…tres cuartillas. Los tinajones son barcos que vienen y se van, como el
sonido de la máquina Singer de su madre, ahora confundido con los trinos del
sinsonte y las catarsis. Ernesto, el Maestro Ernesto, pinta décimas con
tinajones y adoquines.
SIN
ROSAS EN EL JARDÍN
No creo en las
casualidades. Conocí a este hombre – hoy mi amigo gracias a Dios- en uno de
esos tantos intentos que hacemos quienes apostamos por sueños y hacemos
literatura sin saber siquiera si alguna vez, con algún golpe de algo, podemos
encontrar el camino para publicar un primer libro.
Fue tal cual es:
cubano. Un ser formidable que sigue trepado en las mismas palmas donde creció y
regala amor con sus vibrantes poemas, décimas y libros, y ese puente de eterna
voz, la Revista
Literaria Guatiní. No percibí – lo confieso- que mantenía
correspondencia electrónica con un escritor hecho a coraje por sí mismo. En los
correos sobresalía su mano solidaria y honesta, dispuesta a halarte para que
supieras que podías intentar, al menos, escalar la montaña.
La necesidad de
entrevistarlo se convirtió en un reto. No importa si mis líneas son unas más
entre las miles que le dedican por doquier sus discípulos, admiradores,
lectores, editores… Ernesto Rodríguez del Valle es un personaje literario de
carne y hueso. Un protagonista vivo de la creación artística y una cascada de
interés público, humano, social y poético.
Vale la pena correr
el riesgo de quedarme en la dermis del encantamiento, entre las 90 millas que
me separan de estar frente a él con una cuartilla en blanco.
SU DESNUDO MUNDO
Nada de rosas en el jardín de su infancia.
Detrás de esos bellos poemas y décimas rotundas, alumbradas, hay muchos hipos
apretados, tristes. Al final cuenta su
fuerza y la determinación de crecer, tal como las fantasías de la gallinita
ciega bajo la luz del poste de la calle, donde jugaba con los primos y las
primas.
“En “Aquellos muchachos que somos” está Jalisco
escondido todavía, porque el libro permanece inédito. Le gusta el color de sus
memorias. Queda en silencio y cuenta: “Era
feliz con pocas cosas. Recuerdo remotamente, era muy pequeño, que me llevaban
con una señora que tenía su aula en la misma sala de su casa, en el barrio Villa Mariana de
Camagüey, donde pasé mi infancia hasta cerca de los doce años. Luego di clases
con la tía Rosa, hermana de mi papá. Tendría cinco o seis años, pero
oficialmente cursé grados en la Escuela Pública del mismo reparto…”
Puerto Príncipe…la
espada y la mariposa de su obra. Un amor imprescindible como el de la familia.
Discurre sus secretos descubiertos y lo imagino delgado, entretenido en el
brillo de una flor. No trae aquel susto de chiquillo inquieto al entrar en el
colegio episcopal de San Pablo, para matricular del primero al quinto grado. No
sé aún si soñaba con ser poeta. No lo ha dicho. Ernesto Rodríguez del Valle
nació poeta y nadie, seguramente, lo predijo cuando lo veían en bicicleta junto
al tío Carlos vendiendo pan por las mañanas, mientras la Escuela Superior número 5 lo
esperaba en la tarde.
“Mi
padre no podía pagar los estudios en la Escuela Episcopal
de San Pablo y
mi tía bisabuela Nohemí Deulofeu Cuervo, hija del Ministro de Iglesia Metodista Manuel
Deulofeu Lleonart [1], y secretaria del director del Colegio Pinson, se
encargó de mi educación en esa época. Luego, el sexto grado lo terminé en la Academia Jiménez, la
cual recuerdo estaba en la Plaza de Méndez”, dice y los adoquines y los
tinajones retozan en el castaño iris de sus ojos.
Vida de niño pobre
tuvo este hombre que hoy tiene millones de amigos en el mundo y rompe pautas en
la literatura cubana e iberoamericana. Un cubano de cepa que no se tomó la coca cola del
olvido y jamás le han deslumbrado las candilejas del éxito. Guatiní,
su
empeñada y elegante Revista Literaria
es, quizás, la muestra palpable del enorme amor por sus raíces y su querida
isla.
“No pude seguir los estudios superiores
hasta después de adulto, pues trabajaba a tiempo completo en una bodega como
mensajero; luego me casé y vinieron los hijos”. La memoria es un abanico. Suspira. “El hambre estaba que pelaba en la Cuba
pre-Revolucionaria. Mis primos y yo visitábamos la casa de nuestros amigos a la
hora del mediodía, porque nos gustaba el café dulce y claro que tomaban con un
trozo de pan. Un día mi tía nos llamó y dijo que no fuéramos más a esa hora,
porque ese café con pan era el almuerzo de ellos. Sentí algo en la garganta que
no me dejaba respirar. Era la pobreza compartida. Nunca nos negaron el café y
el pedazo de pan”.
Amores
que gotean de sus labios y luego saltan convertidos en sonetos. Pasiones
tempranas. Nombres… mujeres. Encuentros
clandestinos en una infancia que jugaba a la adolescencia. Un romántico que
afirma: “No se llega a ser poeta nunca.
Dice Faulkner “No te molestes en ser mejor que tus contemporáneos o que tus
predecesores. Trata de ser mejor que tú mismo”. Por allí debe estar el camino hacia el Santo
Grial y debe partir la premisa de nuestro encuentro con la literatura, que en
mi caso llega de manera sorpresiva.
“La
mujer que iba a ser madre de mis hijos fue, al conocernos, una amiga excelente
a quien yo le contaba mis tristezas y cosas de mi adolescencia, y le escribía
unos poemas que ella mantiene aún guardados. Son horrendos. Le he pedido de
favor que los queme, pero ella los guarda como un tesoro, a pesar de que
estamos divorciados hace más de 25 años”.
Vuelve el olor a café
y hay cierto salitre en la garganta. Ernesto goza las palabras, sea en
silencio, escrita o a pulmón. Tal vez les conquistaron sin saberlo. “En Cuba se dio algo hermoso en los años
60- 61. La edición de autores clásicos podía conseguirse al risible precio de
veinticinco centavos. La Divina Comedia, El jardín de los
Finzi Contini, El Quijote, Espronceda, Góngora, César Vallejo, Neruda… junto a la de autores cubanos de todas
las épocas, incluyendo las Obras Completas de José Martí,
estaban en las librerías. Los leí con profusión admirativa. En 1962 se me
ocurrió participar en un Concurso Nacional de Literatura de la Revista Mella,
con un soneto que no
recuerdo el título, dedicado al Festival Mundial de la Juventud y los
Estudiantes,
que si no me equivoco iba a celebrarse en Finlandia. Estuve entre los
finalistas y en 1963, con ese aval, me presenté en la UNEAC de
Camagüey para entrar a la Brigada Hermanos Saíz, que todavía no estaba constituida”.
Vivaz y “tertuliano”
gesticula cómo quien cuestiona un monólogo con voz. A veces, su sonrisa me
parece el estampido de la furia. “Creo
que mi primer texto publicado fue ese soneto, aunque recuerdo un cuento que
ahora mismo no sé cómo pude escribirlo. Se publicó en el periódico Adelante, de
Camagüey, era breve y de corte surrealista, extraño, lleno de una fantasía
horrenda. Luego vinieron las antologías
de poesía en Colección Hermanos Saíz, en 1967; Antología, de la Brigada Hnos Saíz,
Punto de Partida, Colección de Poesía Cubana, El problema es estar localizable, España
Republicana, Cormorán y Delfín, editados
en Cuba, Madrid y Argentina”.
Interminablemente
hermoso sería escribir sus tantísimas creaciones, pero eclipsaría los blancos de
mi agenda y tal vez este amigo, Miembro de Honor de la Sociedad Latinoamericana de Poetas, citado en múltiples
antologías, respetado y querido, me acuse de tomarle mucho tiempo. Prefiero
devorar sus enseñanzas y cabalgar sobre la huella de sus versos, ahora que en
la distancia va de manos de sus nietas Li y Lega, por los parques o está
sentado en algún lugar donde, a su antojo, le canten los sinsontes y lo bañen
los ríos.
MÁS ALLÁ DEL POETA
Detesta la rutina y
confiesa no llevarse por la inspiración, sino por el tema a tratar aunque “Duenderías” –
aún inédito- le llegó por algún sortilegio. No tiene horas para escribir y en
cualquier parte le sorprende la idea, hasta que digiere y expulsa sin mirar el
reloj.
Tal vez esa mezcla de todo
en sí mismo lo llevó a Guatiní, lengua taína que nombra en el oriente
cubano al Tocororo, el ave nacional. “Me dio miedo la primera edición de la
Revista, el 19 de abril del 2007. Una revista cubana con autores cubanos de la
Isla en el mismo Miami. Era la primera vez que iba tan lejos en el trabajo de
promotor de la literatura. Comenzó como un experimento y hoy es toda una
entidad reconocida en medio mundo. Agradezco mucho a sus colaboradores
permanentes como la fotógrafa argentina Gladys Taboro por
las ilustraciones de la portada, como al pintor reconocido, Arturo Potestad,
cubano, como Lorenzo Suárez, Lucio Estévez y Odalys Leyva; a
las dominicanas Aurelia Castillo y Suanmy
Mercedes, y a
la escritora española Margarita Bokusu Mina, además de cuantos me envían materiales
que hacen realidad, mes a mes, su salida, la cual no tiene fines de lucro y sí
el de promover a los nuevos escritores y a los cubanos de dentro o fuera de la
isla. Ernesto se me antoja
esta mariposita de la luz que se posa ahora en la pantalla de mi monitor. O el
ángel que protege las palmas de este archipiélago que ama desde “esas calles de tierra que correteé de lo
lindo con mi corcel de palo de escoba, conocí el aleteo del corazón… ya no era
la ciudad, era la isla con sus valles y montañas, sus ríos y el mar Caribe… Nicolás Guillén, La Bodeguita, Varadero,
mis hijos y la conciencia de que la Patria es todo eso y también la familia…”
El hombre… “ese recuerdo en añoranza viva que viste
de nostalgia mis momentos de soledad a cualquier hora del día o la noche. La
puta añoranza que nunca duerme…” Los
adoquines y la lluvia tintineando en los tinajones bajo los aleros me arrancan
el arcoíris del teclado. Ya no tengo las cuartillas en blanco. El Maestro del
verso, Ernesto Rodríguez del Valle,
acaba de esculpir con estrellas la alfombra de esperanza y el amor que hace el
camino del poeta.
Ernesto R. del Valle junto a la novelista
Ana Mirelys [der.] y la poetisa Estela García, [centro] Al fondo el artista
plástico Arturo Potestad. [Todos cubanos residentes en EUA]
[1]MANUEL DEULOFEU LLEONART. Religioso e independentista cubano, amigo y colaborador de Martí, en los Estados Unidos, autor de tres libros que relatan la vida íntima de Martí. Acompañó a Martí en sus más importantes discursos anticolonialistas en los Estados Unidos, en la recaudación de fondos para la lucha en Cuba, en el acopio de armas y municiones, en la atención de los emigrados cubanos que huyeron de Cuba a Florida y en la fundación del Partido Revolucionario Cuba.
Una entrevista que plasma la ruta por la que ha transitado el prestigioso escritor -poeta y difusor cultural, Ernesto Rodríguez del Valle y, que no hace sino reafirmar la simplicidad y belleza poética que su alma transmite. Bajo su insigne rúbrica, nos regala siempre su poesía bordada de bellas imágenes y metáforas, que dejan en el lector un sabor de infinitud paradisiaca. Su amistad, para mi, es de un valor incalculable.
ResponderEliminarChapeau maestro!!!
Gracias, mi estimada Cecilia. Mi abrazo. Erdelvalle
ResponderEliminarGracias, mi estimada Cecilia. Mi abrazo. Erdelvalle
ResponderEliminarInteresante entrevista que nos deja conocer al hombre detrás del poeta.
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