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23 de junio de 2012

HABLAN LOS SONIDOS DE LA INFANCIA (Relato)


Por Ernesto R. del Valle.
Poeta del Mundo
Editor Revista Guatiní
Los recuerdos tienen sonidos, tienen nombres, también –a veces- sabores conocidos que van distribuyéndose por los secretos laberintos de nuestro gusto. Los sonidos nos llevan a recrearnos en eternos recuerdos que revivimos una y otra vez. Así sucede con aquellos ruidos o sonidos que marcaron nuestra infancia y que hoy nos llegan a la memoria de manera nostálgica y con ese halo de magnificencia que le dimos según su importancia.
Personalmente guardo muchos de aquellos sonidos, principalmente los que sentía de noche, no porque me despertaran sino porque en aquel silencio de barrio fuereño de la ciudad, como lo era el de mis andanzas y aventuras infantiles, la quietud y el silencio eran  tan espesos, tan palpables que de ser posible, me imagino, podían ser cortados como la mantequilla o el pan.
Voy a relatar mis experiencias con estos sonidos, hoy grabados en la memoria de manera imborrable.
Habían sonidos y ruidos y por ejemplo no es lo mismo el ruido que hace una puerta al cerrarse que el sonido de una tohalla al caer al suelo o el simple roce de un lagarto con la madera en su paseo nocturno.
La noche era para mí un regalo de sonidos inefables, inolvidables.
Mi hermano y yo teníamos la costumbre –a los ocho o diez años- de acostarnos temprano. Ya a las diez de la noche estábamos cobijados en nuestras tibias sábanas. El ronquido de mi hermano se hacía sentir diez o quince minutos después mientras yo, alerta, esperaba con los ojos abiertos la inmensa riqueza de los sonidos y ruidos nocturnos.
Para mí era una bendición sentir el canto del gallo. El gallo de nuestro vecino, un gallo de la tierra de plumas negrísimas en la cola y parte de las alas amarillo con aquellas crestas rojas colgándole virilmente, dándole el aspecto del macho del corral con sus seis señoras gallinas. Aquel Ki-ki-ri-kiiii vigoroso muestra de su poderío y territoriedad, se desplazaba disolviéndose en el espacio nocturno con otro canto de respuesta, algo más lejano y otro más, y otro. A veces escuchaba hasta diez gallos de toda aquella vecindad
Los diferentes tonos y tesitura de voz, de estos gallos me era como una cortina musical agradable y hasta ¿por qué no? necesaria e imprescindible para conciliar el sueño.
El sonido del grillo, que para algunos resulta molesto y pedante, para mi. era un gusto escuchar a ese personaje que de manera irrespetuosa invadía mi espacio en algún rinconcito tibio de la habitación. Se ha calculado que un grillo puede emitir hasta 139 chirridos por minuto, además en algún lugar vi que según cierta fórmula matemática se puede conocer la temperatura ambiente en Grados F según la cantidad de chirridos que emita este personajillo tan peculiar.
Nunca me gustaron los ladridos ni los maullidos. Los perros y gatos de nuestros vecinos eran la estampa del fastidio al llegar la noche  Estos nobles animales que nunca faltan en una casa, no saben cuando parar a la hora de comenzar su función interpretativa.
Sin embargo, el croar de ranas y sapos en las noches de lluvia me hacían acurrucar muellemente bajo las sábanas, escuchando aquella sinfonía que al parecer es un tremendo estruendo para los oídos pocos educados al pentagrama de estos batracio.
Pero el sonido que siempre me llamó la atención, no provenía de ningún ser vivo.
Era un sonido raro aquel que yo escuchaba, ya tarde en la noche, el sonido de un metal contra otro metal y de un metal rozando la madera. La primera vez que lo escuche, me levanté intrigado para ver qué era y me encontré a papá junto a mamá, contando las monedas de cinco, diez, veinte y veinticinco centavos que era lo recogido a los pasajeros del ómnibus local en que trabajaba. Hasta yo me puse a separar aquellas monedas, cada cual a un lado diferente haciendo un montón que el halaba para sí y arrastrándolas una a una hacia la otra mano, formaba columnas que luego envolvía en  rollitos con un papel de bodega preparado para ello. Ese ruido lo escuchaba ya todas las noches. La distribución era de la siguiente forma.
      Monedas     paquetes.
·           1 ctv.          25 piezas
·           5 ctvs.        20 piezas
·         10 ctvs.        10 piezas
·         20 ctvs.        25 piezas
·         25 ctvs..       20 piezas
El sonido de cada moneda era diferente, tenía su característica propia, su particularidad intrínseca.
Al igual que era diferente el roce de la moneda con la madera de mesa y el de una moneda con otra. Tan así que yo me iba imaginando, tiempo después qué moneda estaban contabilizando y envolviendo.
Los ruidos nos llevan a la memoria dormida, como los olores o una palabra.
El reparto de mi infancia era un barrio de clase media-pobre. Muchos inmigrantes españoles se habían asentado allí y habían construido su familia a base del trabajo diario. Muchos de estos españoles era carbonero, es decir, vendían carbón en distintos puntos de la ciudad traslaándose en carros de cuatro ruedas halado por caballos, mulos o mulas.
Nada marcó mi infancia como el sonido de aquellos cencerros, cascabeles y campanillas que se adelantaban a aquel otro sonido de los cascos de las bestias contra la tierra del camino. Todas las madrugadas la hilera de diez a quince carros, en hilera uno detrás del otro se dejaba escuchar desde lejos, como una sinfonía que venía increscendo a medida que se acercaban a la casa.
La maravilla fue cuando una madrugada tuve que levantrme a las cinco de la mañana para ir con mama a Holguín. Vi aquel convoy de carros de carbón, sentí aquel estruendo, aquel sonido inigualable de cascabeles, cencerros y campanillas y el paso fuerte de los cascos contra la tierra. Mas hermoso aún los mecheros que llevaban aquellos carros debajo del pescante, para alumbrar el camino. A lo lejos aquellas luces indeterminadas me hacían estar quieto hasta que se definían al acercarse a nosotros.
Las noches de lluvia y el sonido de estas contra las placas de zinc colocadas en el techo de la cocina, me hacían amodorrarme plácidamente.
Sonidos, ruidos, chirridos. Nos acercan la memoria al paso del tiempo y nos hacen vivir nuevamente aquellos tiempos en que la infancia le imponía su fantasía, su enorme fuerza imaginativa, su marca individual y permanente.

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